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DULCE LEVIATÁN

CRÍTICOS, VÍCTIMAS Y ANTAGONISTAS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Pedro García Olivo


Que el Estado sobrevino para «sostener» un orden económico y social fracturado, una dominación de clase, una modalidad específica de división del trabajo, resultantes del desarrollo de las fuerzas productivas, es una idea vieja y sólida que nos recuerda enseguida a Engels (1992, p. 290-3). Que el Estado fue, en la historia de la iniquidad, lo primero; y debe concebirse como «premisa» de aquella rotura, «requisito» de la desigualdad y de la explotación social, factor constituyente y nunca mero derivado, como argumentó Clastres apoyándose en informes de la antropología, es una hipótesis que seduce porque trastorna (1978, p. 4). Pero, causa o efecto, apenas puede discutirse que solo hay Estado donde hay opresión y que los aparatos administrativos tienen por objeto la «reproducción» de la forma de injusticia social imperante.

El «monopolio de la violencia legítima», la creación de una fuerza pública armada, distingue al Estado desde sus inicios, como subrayó el autor de El origen de la familia… (1992, p. 291-2). De un modo sustancialmente acabado bajo la Modernidad, Leviatán se dotará asimismo de un armazón estrictamente bífido: el cielo de un entramado de leyes (normas de obligado cumplimiento) y el suelo de un repertorio de procedimientos para sancionar las desobediencias y castigar a los transgresores —el Derecho. Desde esta perspectiva, hablar de «Estado de Derecho» constituye casi una redundancia: sin la policía moral del Derecho no hay Estado Moderno, como tampoco subsistiría sin la policía física de sus esbirros armados.